lundi 6 octobre 2008

ELOGIO DE LA LENTITUD

Hoy lo queremos todo y enseguida, creo que no les descubro nada. Todo va rápido, esperar se ha vuelto como una tarea insoportable, los fenómenos de moda, llevados por un marketing omnipresente que manipula el deseo y lo vacía de cualquier sentido hasta el mareo, nos imponen los modelos que tendremos que seguir, hasta la próxima novedad. Alejarse de la masa o sea, marcar su propia individualidad, aísla inevitablemente. Hoy en día, lo original, lo diferente, lo singular no gusta. O por lo menos, asusta. No hay tiempo para pensar, para reflexionar, para cuestionarse.

Nuestros enólogos más famosos son “flying winemaker”, vuelan a todos los rincones del país para “fabricar vinos”, o solamente pegar su sello a cambio de substanciosas remuneraciones, los propietarios de las bodegas más famosas, adulados, ricos, poderosos, se encuentran cada vez menos en sus bodegas de lujo, y prefieren brillar en catas de vinos igual de caros que los suyos, lucir por aquí o por allí, que estropear su manicura en las duras tareas (pero tan, tan nobles) de campo. Son los nuevos cowboys, como decía Didier Barral, siempre montados en sus 4x4, un teléfono móvil en cada bolsillo. Pensando en Didier, me acuerdo, cuando trabajaba en su finca, que unos periodistas, emocionados por los numerosos caldos que acababan de probar, le preguntaron cual era su secreto. Didier les enseño entonces su viejo ciclomotor naranja, que siempre utiliza para ir a sus viñas. Ironizaba sobre el hecho que el estaba en sus viñas, las amaba, las observaba, las intuía, las cuidaba, de muy cerca. Eso era su secreto. Simplemente Estar. Porque desde un avión, desde un coche, no se puede observar a los gusanos, las arañas, las múltiples flores, hierbas, setas, animalitos que pueblan su viñedo. Porque no pueden emocionarse con unos pájaros que anidan en algunas cepas. Porque son pequeños detalles que revelan si alguien está en el buen camino o no, que los cambios en la naturaleza son lentos, imperceptibles, e invisibles a los que no tienen la paciencia y el amor de ponerse a su alcance. Es muy bonito repetir, de conferencia en conferencia, que el vino se hace en el campo. Porque lo que cuenta verdaderamente, es estar en el campo!

Y nosotros que bebemos, que consumimos el fruto de su trabajo (o de su ausencia de trabajo), queremos ahora bombas, vinos que se ofrezcan enseguida, que se impongan, que correspondan a toda la vulgaridad de los tópicos que nos quieren imponer unos cuantos periodistas. Hasta el próximo cambio de moda…

Es relevante leer estas guías que dictan el buen gusto, sentenciando con notas, estrellas, letras, vinos que han sido catados en sesiones-maratón. Los vinos están catados a ciegas, dicen. Menos los más famosos. Dios, poner un 80 y pico sobre un pinot noir de Alsacia, una bobal de Manchuela de unos viticultores que no salen de sus viñedos no importa. Pero un 80 y pico sobre un Petrus o un Ermita, que mala fama para la guía, que vergüenza para el periodista que de toda evidencia tiene un paladar muy pero que muy limitado!!!
Y la sentencia cae. Reducido, algo cerrado, notas de oxidación… Sin hablar de la increíble precisión de estos comentarios que cubren las páginas de estas tan esperadas guías. Aroma a flores blancas, a fruta roja, a fruta del bosque… Los vinos son abiertos, puestos en boca, y escupido en cadena. Como decía Coluche, “cuando un periodista no sabe más que eso, tendría que estar autorizado a callar la boca”.

Siempre digo a mis clientes, dejad una opción a un vino, no sentenciéis demasiado rápido y de forma demasiada definitiva. El vino está reducido, huelo algo raro, pero en boca no es tan malo? Pues dejadlo un momento abierto. Dadle un buen golpe de oxigeno decantándolo de forma un poco brutal, o esperadlo unos días si hace falta. A lo mejor, no está en su mejor momento. Volved a probarlo en otro momento! Experimentadlo (estoy hablando de un vino vivo, por supuesto, es decir un vino no totalmente desencarnado por múltiples procesos de estabilización)! Pero claro, un periodista no tiene tiempo por eso…

Al vino, hay que quererlo, cuidarlo. Un vino tiene que ser un producto vivo. Os molesta que cambie de un día al otro, perfecto. Freixenet y Torres han concebido productos para vosotros (pero por favor, no gastéis más de 5 euros en la compra de una de estas botellas)!

Lo sabemos todos, en amor, los preliminares son indispensables para el goce de una relación plenamente consumida. Esta gente que nos dictan lo que tiene que ser un vino, de verdad aman el vino? O son realmente conscientes de la chapuza y de la inconsistencia de sus guías que nosotros compramos solamente para tener bien apuntadas las direcciones y los números de teléfono de cada viticultor?

Dejemos al vino su tiempo, no lo juzguemos demasiado rápidamente, el vino es como nosotros, en perpetuo cambio, a veces no se encuentra bien, está enfadado, está cerrado, y a veces luce de todos sus fuegos. Eso es el encanto que nos ofrece la vida. Queréis beber un producto que no os decepcione nunca? Pues tenéis para dar y tomar. Pero sabed que os ponéis al abrigo de placeres inexplorados.

Una vez más, es Jules Chauvet que tiene razón:
“Con la ayuda del tiempo, porque la experiencia es muy larga, la cata meditada, procure al catador, si lleva en él el amor del Bello, del Verdadero y del Vino, la alegría profunda de penetrar en este campo donde la naturaleza se complace en concentrar su genio”.

Salud!

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